Pedro Tauzy
Salí caminando de casa buscando volver a casa.
Acantiladamente me senté frente al mar y fui el mar. Fui pájaros y acantilados y cielo y el frio. Fui salida y retorno. También fui Grecia y la Pampa. Allá abajo, en el Hades, el mar escasamente acariciaba-pincelando, con la suavidad de una caricia tántrica, mis últimas y primeras rocas primigenias. Indicaría—si es deseable hablar de indicios—cierta paz y amabilidad, pero también cierta sequía. O no indica nada.
Lo primero que sucedió al retornar fue el detenerme—detención necesaria para poder continuar, si eso se desea o si eso me fue dado desear—frente a la transitada avenida (o ruta, como sea que se le llame a eso). ¿Qué es cruzar la avenida? Es, primero, esperar atentamente a que ese contradictorio y ruidoso ir y venir de emociones, sentimientos, cavilaciones y pasiones hagan silencio, para, una vez logrado el despejamiento que nos regala lo silencioso, actuar y seguir el camino.
Un Búho se interpuso en el apenas continuado camino. Obedecí a su lenguaje, me dejé abrigar por la calma y el resguardo del ser y me senté y nos sentí frente a él. Lo que ahí sucedió no permitió (no lo permite nunca) ser tomado por el cálculo de la referencia y del significado. Una vez comprendido ese abismo presente, el pájaro retomó su vuelo y yo mi caminar.
Ahora no sé si salí ni si volví.