El Ser venido a Existencia

Pedro Tauzy

 

En diálogo con los Dioses, ocurrió lo siguiente. Tras un largo y cuidadosamente atento camino de coloridos y luminosos símbolos intraducibles, al llegar a la cima (apoyado sobre la coronilla y en un nunca-antes-sentido despertar) me fueron mostrados clarísimos y nítidos paisajes. Al consultar se me dijo que Dios se me expresaría con claridad al lenguaje a través de la naturaleza manifestada y del paisaje. Confiado, hoy el fuego me explicó lo siguiente:

Nuestro reino humano es la ex-sistencia: lo manifestado, lo salido para afuera o “fenómeno”. Lo que se nos hace evidente mediante la contemplación del círculo de la presencia. Pero se encuentra siempre-ya-eternamente el reino del espíritu, donde todo se mantiene uno y oculto en identidad absoluta. Yo estoy parado acá sin fuego adelante, pero sé que el fuego, sin embargo, está ahí latente, escondido en el infinito mundo de la posibilidad del espíritu. Por un acto de la Libertad, éste se desoculta y aparece. Se hace fenómeno, viene al reino de la existencia.

Entonces, nuestra vida está del “lado de afuera”, del lado del “fenómeno” de eso todo uno. Pero antes de existir, antes de ser “fenómeno”, permanece todo en el fundamento, en el fondo oscuro donde todo es uno. El fuego habita primigeniamente en el reino del espíritu-en-sí-mismo, de lo que no se ve, de lo oculto pero que sin embargo está, así oculto, en todos lados.

Así, antes de prender el fuego, el fuego y el humo (que todavía no aparecieron) permanecen del lado de lo oculto en una unidad, donde fuego y humo son uno idénticos. Cuando, por medio de la libertad, aparece el fuego como fenómeno, éste aparece primero, es decir por encima del humo (que todavía está oculto, por debajo), pero después el fuego se hace, él, fundamento que tiende hacia abajo y por su poder sanador desoculta al humo haciéndolo a éste irse por encima del fuego mismo. Entonces, se invierten y ahora queda el fuego abajo y el humo arriba elevándose.

Y se elevan hasta disolverse de nuevo en la unidad indiferenciada, pero ahora de manera superada. Es decir, primero aparece la luz con su calor y ésta hace sacar al humo que estaba por debajo todavía. Y fuego y humo se vuelven a unir, pero ahora elevados. Arriba, se ensamblan mutuamente en el cielo.

De nuevo, ¿dónde estaban, antes de todo esto, este fuego y ese humo? En el reino del espíritu-en-sí-mismo, donde éste es todo uno y no puede verse a sí mismo. Pero esa primigenia unidad se separa para venir a la existencia y después vuelve a identificarse superiormente. Todo se eleva gracias al mirarse a sí mismo.

Esto mismo hace el ser humano en su estancia aquí en la Tierra.

Esto, como es infinito, tiene que poder decirse de infinitas maneras y a través de distintos saberes. Cuando el espíritu no saca del pozo de agua nuevas aguas, aquello que antes había dicho tan verdadero en su momento deja de serlo ya. Por eso nunca se puede abandonar, ni agotar, la tarea del decir simbólico. Decir, es, en éstos términos, des-ocultar, hacer aparecer en su esencia lo que estaba oculto.

En el preciso instante en que el fuego enciende (aparece), en ese mismo instante del aparecer, a su vez, ya se está consumiendo a sí mismo. Tanto como crece, decrece simultáneamente. El Símbolo se hace tiempo en tanto dos actividades contrapuestas se entrecruzan en espiral.  Y esta actividad suya del aparecer y salir a la luz al mismo tiempo que regresa sobre sí, no se detiene nunca, y sigue siendo así su dialéctica aún en el momento de su mayor vigor y calor. Después ese fuego vuelve al reino del no-ser, como antes, pero no igual que antes, porque antes era no-ser en tanto estaba en-sí-mismo, en la infinita posibilidad. Ahora está en el no-ser, pero por haber sido.

Ahora, si en ambos planos ocultos (el primigenio y el elevado) hay identidad (unidad absoluta e indiferenciada), y en la existencia se separan los principios para volver a unirse superadamente, todavía nos hace falta, acá en la existencia, encontrar aquella misma unidad de modo tal que nos sea tan evidente como nos lo es la unidad del espíritu. A eso tiene que llegar la humanidad hoy, no sólo a formularlo con teorías y frases sino a verlo con absoluta claridad y evidencia. Por eso la poesía.

 

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