Pedro Tauzy
Y EL SUJETO DE ALGUNOS DE ESTOS PREDICADOS COMO IDEALIDAD.
(La libertad es la cárcel de quien la anhela).
(El anhelo sólo participa del ser en tanto no logra alcanzarlo, es decir, en tanto potencia, es decir, en tanto no-ser).
La libertad, para quien la anhela, es su cárcel.
La conciencia como liberación, para quien anhela espíritu en sí mismo, es su laberinto.
Para quien anhela no desear, la resignación es su anhelo.
Y quien todo lo anhela sin jamás realizarse, o al menos volverse auto-consciente, queda eternamente aferrado a la mera potencia. Permanece apegado al no-existente (y esa es la esencia de su propia condena).
La identidad es la conjunción de los opuestos, en cuya mutua pertenencia ellos son lo mismo.
La naturaleza es la nostalgia de Dios.
Pero, a su vez, ese anhelo ciego y eterno es el fundamento primigenio de la realización del espíritu.
En él, un íntimo rayo de luz (amor primigenio) participa de la singularidad de lo creado como potencia necesaria para la libertad del ser.
Cuando el amor se realiza y pasa de la potencia al acto (del anhelo a lo existente) se vuelve autoconciencia divina y absoluta. Aparece entonces la indiferencia (en tanto amor absoluto).
En la identidad originaria está la conjunción de opuestos. Pero la indiferencia excluye de sí toda potencia y todo ser de la dualidad y, por ende también, toda identidad aunque inexorable pero a la vez aleatoriamente la incluye en su absolutidad.
Lo último sólo puede darse en Dios.
En nosotros todo ese anhelo nostálgico sólo se sacia eternamente en un instante.
Por eso sólo en un instante tu conciencia se vuelve infinita y te abruma tanto amor.
Ese instante (que es una ráfaga del amor absoluto o “indiferencia”) nos es donado a través del arte.