Candelaria Pérez Berazadi
Seguiremos sacándonos
escamas luminiscentes
hilos de lumbre de los cuerpos.
Tironearemos suave y constante
de cada pedazo que nos sobra
de cada vena y arteria.
Pellizcaremos lo colgante
lo que resta a los costados
y lo que quede será del otro.
Y como velitas mal prendidas bailamos.
Yo te escamo y me escapo por la ventana
me llevo tu luz a cuestas en mi espalda.
Me cuelgan pedazos de vos chorrean
tus líquidos por mis piernas mientras tanto
voy iluminando la vereda y las esquinas
que se quedaron sin electricidad porque
hicimos estallar la central y
dejamos en penumbras al barrio.
Ahora camino rápido, tengo miedo:
soy la única que escupe luz en medio
de las calles apagadas.
La fosforescencia me sale por los poros
piso y dejo marcas rastreras. La luz
se esparce como río corre igual que corre
la luminaria callada y tendida
por encima de mis hombros; yo no creo
que aguante tanto tiempo; ya no tengo
fuerza suficiente para cerrar las piernas
apagar la luz me cuesta; yo no puedo
mientras se siga escapando por los agujeros
mientras deje el vestigio en el asfalto
mientras sepa que vos quedaste en tu sitio
también a oscuras desmayado.
Sigo caminando; se van cayendo las escaras
que nos provocamos de estar echados
consumiendo pieles muertas, sacando
lo seco y lo putrefacto.
Transformamos los pedazos en cáscaras,
nos desprendimos en partes desiguales
nos desnudamos hasta quedar mirando
la luz saliente del otro: llegan arreboles
desde los órganos hasta los ojos;
se arquean, se elevan y despuntan su camino
serpentean hasta llegar adonde estoy y
me toman del tobillo, me condenan y
me arrastran, me repliego y lloro de vuelta.
Aplastada en el asfalto me raspo y regreso
cerca de tu puerta; entro sin avisar y
te encuentro aún tirado en lo oscuro.
Un dedo mío toca tu nariz y luego otro
y así te despierto lento y te invito
a seguir siendo
lux æterna.