Pedro Tauzy
Extracto de la obra Ser, Parecer y Aparentar
1.- El hombre y el espacio
La estructura sustancial del hombre es ex – sistencia[1]. Existimos en un mundo ya-previamente-dado, pero con la posibilidad de modificarlo constantemente, modificándonos constantemente. Nuestro existir se desarrolla cotidianamente haciendo uso de los otros entes que no tienen nuestro mismo modo de ser óntico-ontológico. Estos “entes de los que hacemos uso”, los usamos con un fin, con un “para” que va concatenándose de tal circular forma que vuelve al hombre como destinatario final: el cristal se usa para fabricar la copa, que se usa para contener vino servido, para ser bebido por el ser humano.
Es decir, nuestra existencia es un constante desarrollo (aquí una aproximación de la idea de temporalidad) utilizando entes a la mano que hacen frente en el “viendo en torno” existiendo. Pero también es esencial, en esta existencia, el existir-con-otros-hombres, o sea, con otros entes de la misma forma de ser óntico-ontológica.
Los hombres-con-otros-hombres-haciendo-uso-de-los-otros-entes se desenvuelven fácticamente en la espacialidad, entendiéndola como aquello que le permite atribuirle ubicación relativa a la dirección a las cosas y a los demás hombres.
Entonces, el hombre existe o es-relativamente-al-espacio a partir del cual hace uso de las cosas y coexiste con los demás hombres.
2.- Espacio y tiempo
Ahora, el hombre tiene esta particularidad de ser finito. De ser limitado en el tiempo. No sólo porque inexorablemente va a morir, sino porque la muerte como posibilidad está impertérritamente presente en cada “paso”, en cada instante.
Todo este ser con el espacio tiene temporalidad, tiene una narración, tiene una contabilidad temporal. El hombre, en su desarrollo existencial, en el espacio con los entes, es un constante estar tomando decisiones sobre infinitas posibilidades entre las cuales siempre está esta posibilidad de la muerte. Este “ir eligiendo entre las posibilidades” va consistiendo en un constante “ir sucediendo”. Así, lo único que constituye el fondo de todo este “ir siendo con las cosas en el espacio” es puro tiempo. ¿Somos tiempo?
Así, el espacio, sólo es en relación con el tiempo. Sólo es “relativamente al tiempo”. O, maniobrando osadamente otra terminología, el espacio es un des-alejar entes en dirección-a- que es el desarrollo mismo de la existencia del hombre. Y esta existencia del hombre es el tiempo, por ser este ente, finito.
3.- Ser y parecer
a.- Pero en la cotidianidad del transcurrir (ser puro tiempo) y desarrollar(¿se en el?) espacio con entes que hacen frente, el hombre se pierde. En el actuar cotidiano puedo estar pensando en el libro Ser y Tiempo de Heidegger pero sin poner la mirada en el “estar pensando” en el libro Ser y Tiempo de Heidegger, sino inmediatamente en el objeto del pensamiento (el libro Ser y Tiempo de Heidegger). Así, nuestra “mirada” siempre está puesta en el ser de otros entes que no soy yo (aunque también en el ser—en realidad, parecer—de otros hombres)
Así, “transcurrimos” quizás sin jamás llegar a conocer nuestro ser, pese a darlo ya por supuesto—o quizás, justamente por el hecho de darlo por supuesto.
b.- Como, en principio, nuestro ser nos es oculto, no podemos afirmar que lo “conozcamos”. Confundimos la idea de nuestro ser, con el “modo en que existimos”. Es decir, con el modo en que “temporalmente-nos-desarrollamos-en-el-espacio-con los entes que hacen frente ante los ojos y las demás personas”. Es decir: confundimos nuestro ser con el modo en que actuamos.
A esto que llamamos “el modo en que actuamos” lo llamo “parecer”. Entonces, confundimos nuestro “ser” con nuestro “parecer”.
Si el hombre parece, significa que, existiendo, también hace frente ante los ojos de otro hombre, y el modo empírico-conceptual en que el primero es percibido por el segundo, forma, respecto del primero, el juicio existenciario de su aparente ser. Y como el hombre se desarrolla temporalmente-en-el-espacio-con otros hombres; y como la idea que el hombre tiene de su propio ser está confundida con su parecer; y como el parecer es formado como juicio de origen empírico que determina (aunque aparentemente) al ser propio bajo “la mirada del otro”: se desvía—cada hombre—del conocimiento de su ser, por “construirlo” bajo el “paradigma de los otros”. Así, el hombre cotidiano vive alejado de sí-mismo, poniendo su existencia al servicio de la distracción del desarrollarse temporalmente en el espacio con entes que le hacen frente y otros hombres, a partir de lo cual moldea su aparente ser.
Sin embargo, se presentan situaciones en las que el ser ya no se le oculta al hombre y lo llama. De éstas hay muchas, pero una es particular: la angustia (a veces manifestada como aburrimiento, a veces como un temor indeterminado).
4.- La angustia
El hombre cotidiano jamás quiere encontrarse con el silencio, con el aburrimiento, con la angustia. Siempre necesita del constante estímulo de los entes que hacen frente en el espacio y de la “mirada de los otros”.
La angustia quita de la escena al “parecer” y nos pone cara a cara con el Ser. Cuando el hombre se angustia es invadido por la sensación de que ya nada en el mundo circundante tiene importancia, ya nada tiene entidad. Los entes (que constituyen el espacio) desaparecen en cuanto tales como útiles y también desaparece “la mirada de los otros”. Todo pierde utilidad y ya no somos “vistos” por la mirada de los otros. El mundo circundante se disuelve y aparece de frente el Ser, como la pura posibilidad.
Frente a esta Nada, como evento esencial a partir del cual ya no hay entes ni miradas, sólo queda el ser puro. Así, el Ser se “apropia de su ser” que se le muestra en la Nada y lo aparta de la cotidianidad en que se desarrolla-temporalmente-eligiendo. Allí, en la angustia, el hombre ya no se “desarrolla temporalmente en el espacio”.
Esto de “apropiarse del ser” consiste también en que “se apropia del parecer desenmascarándolo”. Esta instancia despersonaliza al hombre, le disuelve su “Yo” (o su Yo-soy; o su Yo-creo-ser-lo-que-parezco) que se desarrolla(ba) temporalmente en el espacio (y que, salvo que muera, va a volver a seguir desarrollándose una vez superada esta “nada” que es la angustia).
Por eso, de todas, sólo en determinada situación lacrimógena—con lo peculiar del victimismo sin atestiguación ajena—el Ser mira, honestamente y a la cara, al “parecer” hecho de tiempo y hecho tiempo que echa tiempo sobre el advenir de otro “parecer” hecho de tiempo y hecho tiempo que echa tiempo.
Conclusión
Si el ser se abre en todo su esplendor en la angustia (a partir de la cual se apropia de sí-mismo); y si la angustia es la “presentación” de la Nada como aquella nada en la cual no hay entes; y si los entes son-en-el-espacio-constituyéndolo; y si el espacio, a su vez, es un derivado de la temporalidad; y si en la angustia no hay entes, el espacio “temporaciado” desaparece; y si, también en la angustia, dijimos, el ser se apropia de su ser (desenmascarando al “parecer”); resulta que: el Ser no es relativamente-al-tiempo, sino que es-relativamente-al-no-tiempo; mientras que lo que sí es relativamente-al-tiempo es el “parecer” sumergido en las cosas, en el número, en lo sucesivo, en esto de la cotidianidad de “las habladurías”, la “ambigüedad” y la “avidez de novedades”.
En fin, parecemos el tiempo, pero somos la eternidad.
[1] Existir, alude originariamente a un ex (fuera) sistere (estar). Existir significa puesto-ya-fuera-de-sí mismo. Naturalmente somos éxtasis. Lo ya salido para afuera. Lo ya devenido del Ser.