Ella se acerca a mí

Pedro Tauzy

 

Ella se acerca a mí. Movida por un entusiasmo interior cuya fuerza última todavía desconoce.
Cree, presiente, que hay algo en mí. Como todo comienzo, en el que aquello hacia lo que tiende la naturaleza es a la búsqueda de su propia flor. Al gozo último. Al orgasmo del encontrar y del ser encontrado.
Ella se acerca a mí. Cree que hay algo en mí. Pero yo no estoy aquí. No hay nada en mí.
Ella insiste. ¿Quién o qué insiste? ¿Ella? ¿O aquella fuerza desconocida?
No es ella quien se acerca a mí. Es el recuerdo de lo más hondo que se oculta tras la naturaleza, que una vez más se refugia tras una figura viviente. La vida de la contradicción incesante, del eterno intento hacia el ser sin jamás llegar a ser. Aquello que es mero impulso y que allí se detiene.
Un vacío ciego y eterno que busca verse a sí mismo, para dejar de ser vacío. Que busca vaciar para dejar de ser vacío.
Ella, desde lo más hondo de su naturaleza, me encuentra: soy su espejo. Se refleja en mí. Yo soy su modelo. Una simple copia que no existe más que para mostrarle su propia cara. No tengo ninguna realidad propia. Ella, un vacío real; yo ni siquiera eso. Tan sólo la “idea” del vacío. El modelo arquetípico en el que ella se ve a sí misma para, así, trabajar su propia materia más íntima.
Ahora ella se va. Se acerca más a sí misma, dejando solo y lejos a su espejo.
Yo no sabía de éste, mi ser. Ya lo sé ahora. Sólo soy un espejo. Una nada que espera al rostro. Una mirada y lo mirado. Lo desnudo sin cuerpo. Una voluntad límpida, pero a la vez presa de lo ajeno. Un reloj de arena que espera siempre un reinicio.

 

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