Pedro Tauzy
Sócrates era noble. Un argentino sabido que aconsejaba, por mero altruismo, acerca del modo útil para estacionar el auto en la empinada costa marplatense.
Merecidamente fue convocado para dirigir el tránsito y estacionamiento en una redituable callecita cortada en Río de Janeiro en el Mundial de Fútbol—masculino si se permite la clasificación—del año 2014.
Por gracia de la itinerante voluntad de los terceros obtenía monedas—todas se parecían.
En una de esas charlas, que con disimulado desinterés manteníamos con Sócrates—quien arrítmicamente ficcionaba estar a cargo del cuidado de mi coche—nos dijimos al unísono, pero sin sorprendernos, que nos habíamos conocido un 25 de diciembre de un año cuya nominación era irrecuperable.
Tampoco sentimos asombro alguno cuando recordamos que veníamos del pasado, donde la memoria no tiene entidad.